¿Sabías que no todas las mieles son iguales, aunque a simple vista parezcan lo mismo? Hay un mundo fascinante detrás del color ámbar y la textura dorada que vemos en el frasco. Una de las diferencias más interesantes es la que existe entre la miel monofloral y la multifloral. Y aunque suene técnico, es una distinción que cambia por completo el sabor, el aroma, y hasta las propiedades de lo que estamos consumiendo.
La miel monofloral proviene, principalmente, del néctar de una sola especie de flor. Eso no significa que las abejas visiten exclusivamente una flor y ninguna más —porque eso sería imposible en la naturaleza—, pero sí que la mayoría del néctar que recolectan viene de una flor predominante. Esto se logra cuando los apicultores colocan las colmenas cerca de grandes extensiones de una misma planta, como el eucalipto, el algarrobo, la lavanda o el trébol, y en el momento justo de su floración. Así, la miel resultante adquiere características muy marcadas de esa flor: su color, su perfume y, sobre todo, su sabor.
En cambio, la miel multifloral es el resultado del trabajo de las abejas sobre una variedad de flores silvestres o cultivadas, sin que ninguna predomine de forma clara. Es como un blend natural, un collage de sabores y aromas que cambia según la época del año, la región y las flores disponibles. Por eso, cada frasco de miel multifloral es único. Puede que una partida tenga un dejo más cítrico, y otra más herbal o frutal, dependiendo del entorno en el que se produjo.
Lo interesante de la miel monofloral es que permite apreciar los matices de una flor en particular. Por ejemplo, la miel de azahar es suave, clara y con un aroma delicado que recuerda a los cítricos. La de eucalipto, en cambio, es más oscura, intensa y con un toque mentolado, ideal para acompañar infusiones o aliviar la garganta. La de lavanda tiene notas florales y un dejo casi especiado, que combina muy bien con quesos blandos o postres cremosos. Cada tipo tiene su personalidad, como si fuera un vino con terroir propio.
En cuanto a sus propiedades, tanto la miel monofloral como la multifloral conservan los beneficios naturales de este alimento milenario: es antibacteriana, antioxidante, energética y ayuda a calmar la tos o suavizar la piel. Pero algunas variedades monoflorales han sido estudiadas por sus cualidades específicas. La miel de manuka, por ejemplo, originaria de Nueva Zelanda, es famosa por su alto poder antibacteriano. En nuestro país, la miel de algarrobo se valora por su riqueza en minerales y su sabor robusto, ideal para quienes buscan una experiencia más intensa.
A la hora de cocinar o endulzar, la elección entre una miel monofloral y una multifloral puede cambiar el resultado final. Si querés resaltar un sabor particular en una receta, como un glaseado para carnes o un aderezo para ensaladas, una miel monofloral puede ser la clave. En cambio, para preparaciones más neutras o para uso diario —como en el té, en una tostada o en un yogur—, la multifloral aporta dulzura y complejidad sin robar protagonismo.
Lo más lindo de explorar estas mieles es que nos conecta con el entorno natural, con las estaciones y con el trabajo silencioso de las abejas. Cada frasco cuenta una historia del lugar donde fue cosechado, del clima, de las flores que florecieron ese año. Es un producto vivo, que cambia y que refleja la biodiversidad de nuestras regiones.
Así que la próxima vez que veas una miel con etiqueta de “monofloral”, no la pases de largo. Probala, o mejor aún, comparala con una multifloral. Dejá que tu paladar descubra las diferencias. Y si tenés la suerte de encontrar una variedad local, de producción artesanal, mejor todavía: estás saboreando un pedacito del paisaje argentino.
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