La miel es un producto natural, puro, y queremos conservarla lo mejor posible para que no se estropee ni pierda sus beneficios. Después de todo, no es algo que uno compra todos los días, y si es buena miel, vale la pena cuidarla.
Lo primero que hay que saber es que la miel es un alimento bastante especial. A diferencia de otros productos, no se echa a perder fácilmente. Tiene una vida útil larguísima, y si está bien guardada, puede durar años sin que se vuelva dañina para la salud. Incluso hay registros de miel encontrada en tumbas egipcias que todavía estaba en condiciones de ser consumida. Eso ya nos da una idea de lo resistente que es. Pero claro, que no se arruine no quiere decir que no cambie. Con el tiempo, la miel puede modificar su textura, su color o su aroma, y aunque eso no la hace mala, a veces puede confundir o hacer pensar que ya no sirve. Por eso, saber cómo conservarla bien es importante.
La forma más sencilla y efectiva de guardar la miel es mantenerla en un frasco bien cerrado, en un lugar fresco, seco y oscuro. No hace falta guardarla en la heladera, al contrario, el frío puede hacer que se cristalice más rápido. Y esto de la cristalización es algo que suele preocupar, pero en realidad no es un signo de que la miel esté en mal estado. Es un proceso natural que ocurre cuando los azúcares que tiene se separan del agua y forman pequeños cristales. Algunas mieles cristalizan más rápido que otras, dependiendo de la flor de donde provienen, pero eso no afecta sus propiedades ni su sabor. Si a uno no le gusta la textura granulada, se puede calentar suavemente el frasco a baño maría, sin que el agua hierva, y la miel vuelve a su estado líquido sin problemas.
Tampoco conviene dejarla destapada o con la tapa floja, porque la miel es higroscópica, lo que quiere decir que absorbe la humedad del ambiente. Si entra humedad en el frasco, puede fermentar, y ahí sí se arruina. Por eso, después de usarla, es importante cerrar bien el envase.
También me suelen preguntar si la luz o el calor afectan a la miel. Y la respuesta es que sí, sobre todo si se la expone durante mucho tiempo. La luz directa del sol o el calor excesivo pueden hacer que la miel pierda parte de sus aromas naturales y que se degrade más rápido. Por eso, lo mejor es guardarla en una alacena, una despensa o algún lugar donde no le dé el sol ni esté cerca del horno o la cocina. No hace falta que esté en la oscuridad total, pero sí lejos de fuentes de calor y de luz intensa.
Una cosa que me gusta aclarar es que la miel no necesita conservantes ni aditivos para mantenerse bien. Si es pura, sin agregados, y se la guarda como corresponde, se conserva sola. Justamente, una de las maravillas de la miel es que es un conservante natural. Tiene propiedades antimicrobianas que impiden que se desarrollen bacterias o mohos en su interior, siempre que no se la contamine con utensilios sucios o con agua.
Entonces, si uno quiere que la miel dure y mantenga sus propiedades, lo más importante es que esté en un frasco limpio, bien cerrado, alejado de la humedad, el calor y la luz. No hace falta complicarse con grandes cuidados, pero sí tener en cuenta esos detalles. Y si se cristaliza, no hay problema: se puede volver a licuar con un poco de calor suave, sin microondas ni fuego directo, y queda como nueva.
Como consejo final, siempre recomiendo usar una cuchara seca y limpia cada vez que se va a sacar miel del frasco. Parece una pavada, pero es una de las formas más simples de evitar que se contamine o que se eche a perder antes de tiempo. Es un producto noble, que si se cuida bien, nos puede acompañar durante mucho tiempo sin perder nada de su esencia.
Deja un comentario